En casa de George Shajet su abuelo era innombrable. Un secreto peligroso y aterrador. Aún hoy, a este actor ruso de 73 años, de rostro alargado y mirada triste, le cuesta pronunciar su nombre.
“Pavel Zabotin, ingeniero”, dice muy serio. Hace solo un par de años constató lo que siempre, en lo más profundo, había sospechado. Su abuelo había sido declarado “enemigo del pueblo”. Sentenciado y ejecutado a tiros en 1934 por orden de la llamada Troika Especial, la comisión extrajudicial de la NKVD (el comisariado del Pueblo para los Asuntos Internos de la Unión Soviética, predecesor del KGB). Tenía 45 años.
Desde que lo supo, Shajet investiga su caso. Busca llenar esos enormes agujeros de la historia familiar. “Necesito saber. Y rehabilitar su memoria”, recalca.
Poco a poco, Shajet despliega sobre la mesa de un nebuloso café de Moscú lo que le queda de su abuelo Pavel. Un par de retratos fotográficos de época que le muestran como un hombre serio, de rostro redondeado y bigote. La instantánea de una reunión familiar. Una tarjeta de visita. Es todo.
Tras hallar el nombre del ingeniero represaliado en los densos archivos de Memorial, una organización de derechos humanos que trata de mantener la memoria histórica de los crímenes de Ahora, sus esperanzas se van apagando. Hace solo un par de semanas, varios tribunales rusos ampararon el derecho al Servicio Especial de Seguridad (FSB) –que custodia los documentos del NKVD–, a negar el acceso a los archivos. Y determinaron sellarlos.
Memorial –que fue definida por las autoridades como ‘agente extranjero’, lo que ha dificultado su trabajo– no tiene constancia de que algo así haya ocurrido nunca. De hecho, hay casos de familiares de ejecutores que han contactado a los allegados de represaliados para pedirles perdón. Como en el caso de la familia Karagodin, que recibió una carta de disculpas de una de las nietas de su verdugo.