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La historiadora y periodista estadounidense Anne Applebaum, columnista de The Washington Post y experta en Europa del Este, compartía este jueves la principal conclusión a la que ha llegado después del gran esfuerzo de documentación y escritura que le ha supuesto La hambruna roja.
Una lección que bien puede servir hoy: “No quiero comparar la Europa contemporánea con el estalinismo, porque no sería justo, pero sí creo que estamos viendo en algunos países europeos partidos políticos antidemocráticos que intentan mantener el poder eliminando la prensa independiente, la independencia judicial”, dijo este jueves en el Aspen Institute de Madrid, durante una entrevista con EL PAÍS.
Applebaum, de 54 años, es una gran conocedora del Este —vive en Polonia desde hace tiempo junto a sus dos hijos y a su marido, Radek Sikorski, político conservador que fue ministro de Defensa y de Exteriores y que ha presidido el Parlamento polaco— y de la historia de la URSS, sobre la que ha escrito tres libros: además de este último, El telón de acero, sobre la destrucción de Europa del Este entre 1945 y 1956; y Gulag, que le valió el Pulitzer.
En este último libro sobre la hambruna ucraniana explica sus motivaciones: reunir y hacer accesible al público occidental un episodio crucial de la historia de Ucrania —“que es una parte importante de la política europea ahora mismo”— y seguir intentando responder a preguntas muy parecidas a las que recorren toda su obra: “¿Por qué la gente colaboró y aceptó esta clase de malvados regímenes? ¿Por qué colaboraron en los gulag? ¿Por qué en 1948 se unió al Partido Comunista?”.
Aunque confiesa que no tiene una respuesta clara, en el caso de la hambruna ucraniana explica que se sumaron varias circunstancias, pero sobre todo, años “de propaganda del odio» —se describía a estos kulaks, los campesinos ricos, como enemigos del pueblo que estaban deteniendo el progreso”— y una población “asustada y hambrienta”. El contexto que dibuja el libro es el siguiente: las requisas de comida ordenadas por los líderes del Partido Comunista, cada vez más duras, sumadas a otras medidas, como la prohibición del comercio y de viajar en busca de alimento, agravaron de tal manera la crisis alimentaria que siguió a la colectivización forzosa de las explotaciones agrícolas de la URSS que se alcanzó esa cifra brutal de 3,9 millones de muertes por hambruna entre 1932 y 1933. Se calcula que murieron unos cinco millones de personas en toda la URSS.
Simultáneamente, se estaba produciendo una represión contra los intelectuales y dirigentes ucranianos, lo que refuerza la idea de la autora de que Stalin intentaba acabar con cualquier ansia de independencia en una zona especialmente beligerante desde el inicio de la revolución en 1917 y a la que Moscú no podía renunciar por su condición de granero de la incipiente potencia comunista.
Todos los esfuerzos que la Unión Soviética hizo después para ocultar aquel espantoso episodio —conocido como Holodomor—, a lo que contribuyeron algunos periodistas occidentales y sus Gobiernos, que tenían otras prioridades, pueden estar detrás de la controversia que sigue generando este tema, señala: “Algo que se mantiene en silencio durante tanto tiempo es difícil de creer”. Y también la huella que sigue marcando, todavía, la sociedad ucraniana: “Hay una profunda división entre la gente y el Estado, que ven como un elemento extranjero que no tiene nada que ver con ellos, que es corrupto… Incluso ahora, con una genuina democracia, no hay mucha confianza en las instituciones estatales”.
Pero lo que ocurrió entonces no da claves únicamente sobre el presente de aquel país. También ayuda a comprender esa tendencia que ella denomina “Estado de un solo partido”, que es “una forma muy exitosa de mantener el poder”. “En nuestras democracias definimos la élite por medio de ciertos modos de competición —política, económica o meritocrática—, pero el Estado de un solo partido lo define de otra manera, por la cual pasan a formar la élite quienes sean más leales, más patriotas, más cercanos al ideal del Estado y esto es muy atractivo para la gente a la que no le gusta la competición, porque no son buenos en ella o piensan que está trucada o porque no es moralmente aceptable”, explica.
Y pone el ejemplo de la Polonia en la que vive, donde describe una sociedad fracturada, en la que una parte —entre ellos, algunos de sus “antiguos amigos” que hace años se reunían bajo la etiqueta común de derecha conservadora— reclama su derecho a gobernar “porque son más patriotas, se han mantenido más cercanos a interpretaciones más correctas de la historia. Y aunque no sean tan buenos en la competencia para ganar elecciones. Por ello, para mantenerse en el poder necesitan eliminar la independencia judicial y de los medios”. Y añade:
“Creo que hemos dado por muerta demasiado rápidamente la idea de la autocracia. Es algo muy atractivo para la gente y ofrece a algunas personas un camino para triunfar que no tendría en otro sistema”.
En definitiva, Applebaum describe una situación en la que la cuestión es: “¿Tenemos partidos políticos e instituciones suficientemente fuertes para luchar contra todo ello? No lo sé”.